El mausoleo de Knoche, una obra inverosímil en medio de la nada
Por aquí hubo caminos, sembradíos y vida hace 150 años, pero de eso ya no queda nada. A excepción de esta cápsula de tiempo diseñada para perdurar
Estamos en el medio del Ávila, en el lado norte de esta montaña que sirve de barrera entre Caracas y el mar. Hace calor y se siente la humedad. La vegetación es tan alta y tupida que nos impide ver el cielo. Es mediodía, pero aquí abajo está todo oscuro.
De vez en cuando tenemos que abrirnos paso a punta de machetazos para apartar esas ramas que intentan agarrarnos por los brazos mientras avanzamos.
Las arañas que han instalado sus trampas en medio de la vía indican que por aquí no ha pasado nadie en mucho tiempo.
Además de nuestros movimientos, el único sonido que se escucha es el del viento que mueve los árboles y el canto de algunas aves.
Después de un largo rato subiendo y bajando por el serpenteante camino, la selva se abre y deja ver un edificio en lo alto.
En medio de la verde espesura, esta densa estructura resulta incoherente. Es el mausoleo que Gottfried Knoche erigió, en el siglo XIX, para que su cuerpo y los de sus familiares pudieran descansar hasta la eternidad.
Es lo único que queda en pie de su finca. Y la naturaleza lucha día a día por devorarlo. Antes esto estaba rodeado de sembradíos de toronjas, aguacates y tamarindos, pero hace tiempo que la maleza se volvió a apropiar de lo que le corresponde.
A partir de 1926, cuando murió la última de la familia Knoche, la propiedad comenzó a ser saqueada sistemáticamente; corría la leyenda de que el prusiano había dejado enterrada una fortuna, y los buscadores de oro destruyeron su casa tratando de encontrarla.



Dentro del sepulcro hay seis nichos, pero ningún cuerpo los habita. Está claro que este médico prusiano no pensó en brujos cuando construyó este lugar; hace décadas que sus cadáveres embalsamados fueron robados.
Hoy, en su lugar, quedan un par de muñecos y un perro de cerámica con la cabeza rota que algunas personas pusieron hace varios años para ambientar el sitio —cagándose en las normas de restauración— y cobrar por visitas guiadas.



Unas escaleras laterales conducen a un mirador en el techo del mausoleo. Y desde aquí, cuando no nos envuelven las nubes, se puede ver el mar.
Cuántas veces se habrá asomado en esta terraza para ver la ciudad que está allá abajo... Una localidad que ha crecido y evolucionado década tras década y que en el camino ha padecido tantos desastres naturales. Como el deslave de 1999 o la epidemia de cólera que azotó a la población a mediados de los 1850 y a la que Knoche tuvo que hacer frente.
La historia de este peculiar médico está plasmada en Cadáver eterno. En Caracas puedes encontrar mi novela en las librerías Khalatos o El Buscón. En el resto del mundo puedes pedir un ejemplar a través de Amazon.