La transformación de Antonio Guzmán Blanco
Estas son anotaciones que quedaron en mi cuaderno y que funcionan como lectura complementaria de mi novela Cadáver eterno.
La amistad tan amplia y variada de Antonio Guzmán Blanco con la familia Monagas trajo consigo una inevitable consecuencia: que Antonio se enamorara de Luisa Teresa Giussepi Monagas, «la mujer más bella de Caracas» —según algunos cronistas de la época— y nieta del Presidente José Tadeo Monagas.
Pero el amor se vio frustrado cuando el Presidente prohibió al joven Guzmán volver a pisar la casa de los Monagas después de tener un desagradable intercambio de palabras con Antonio Leocadio Guzmán, su padre.
Entonces, y quizás para mantenerlo aún más alejado, Guzmán fue nombrado como cónsul venezolano en Filadelfia, Estados Unidos.
Tenía mérito para ello. Había obtenido el título de abogado y tenía experiencia en la profesión. Sus capacidades intelectuales, sus habilidades sociales y sus conocimientos económicos y políticos lo convertían en un personaje idóneo para ejercer la carrera diplomática.
Por supuesto, para alguien como él, viajar a otros países y conocer nuevas culturas era algo que resultaba en extremo atractivo; le atraía la idea de conocer otro mundo, una nueva cultura, otras personalidades, estudiar otras materias…
Pero nunca se olvidó de Luisita, y mantuvo con ella un amor por correspondencia.
Fue la primera separación de Guzmán de su familia. Salió de Venezuela con el pesar natural de alejarse de los suyos, de los amigos, de sus libros y ambientes conocidos.
Filadelfia no le gustó, pero en octubre de 1857 se creó el Consulado en Nueva York y él fue designado para presidirlo. En ese momento, Central Park apenas era un sitio de paso de una parte de la ciudad a otra con un restaurante en el medio, y que era utilizado para dar paseos agradables durante los inviernos, pero aun así la ciudad neoyorquina lo impresionó bastante. Allí estaba cómodo. Pero su confort no duraría demasiado tiempo.
En Venezuela la caída del régimen monaguista, no solo eran evidente sino de progresiva intensidad. La presencia de continuas insurrecciones armadas obligó al Gobierno a gastar abundantes sumas en la compra de armas y en el sostenimiento de tropas. Al mismo tiempo, la epidemia del cólera y la disminución del precio del café hicieron que disminuyera la mano de obra y el ingreso fiscal. La República estaba viviendo una severa crisis económica.
La revolución estalló y así llegó Julián Castro llegó al poder, quien tomó la decisión de expulsar del país a distintas personalidades, entre las que se encontraban los generales Falcón y Zamora y también Antonio Leocadio, el padre de Guzmán. Se les imputaban planes revolucionarios contra el nuevo Estado.
En medio de aquel desorden, Guzmán regresó a Venezuela, pero fue convertido inmediatamente en un preso político.
Semanas después de su arbitraria detención, se dirige al Juez del Tribunal de Primera Instancia y le dice: «No es posible que las leyes ni la razón autoricen como trámite justo mi detención indefinida en esta cárcel. Una de dos: o hay motivo para un juicio y debe seguírseme conforme a las leyes, o no lo hay y entonces debe ponérseme en libertad».
Las palabras de Guzmán fueron publicadas en el Diario de Avisos y causaron sensación. El clamor de Guzmán era el de todos los presos políticos; si hay delito, que haya juicio; si no lo hay, que opere la libertad.
El Tribunal acordó de inmediato la libertad bajo fianza.
Distintas insurrecciones seguían sucediendo en todo el país, y un grupo de jóvenes se alzó en un fracaso movimiento que luego fue conocido de manera despectiva como La Galipanada. El Ejecutivo, convencido de que Guzmán había participado en aquella sublevación, ordenó su expulsión. Pero este no se dejó detener y se movió durante algún tiempo en la clandestinidad, hasta que fue encontrado y expulsado en enero de 1859.
El exilio en Curazao no impidió que Guzmán pudiese mantener comunicaciones con su familia. Pero las noticias que le llegaban no eran buenas.
Al borde de la desesperación, Doña Carlota, su madre, le escribe:
Hace un mes que no vivo. Qué oligarcas tan malos, qué hambre de venganzas.
Zamora desde que llegó a Coro no hace sino ganar, así es que tengo muchas esperanzas. Juan de Mata (el hermano de Antonio que era perseguido) está aquí escondido porque mi destino es que mi casa le sirva de cárcel a mis hijos.
Antonio, ve cómo me mandas dinero; estoy sin recurso alguno. Yo he vendido cuanto tenía. Los muebles, que es lo que me queda, nadie los compra aquí. Ya acabó la confianza de comida en la posada, ya hay que pensar en el alquiler de la casa. Yo siento mucho escribirte de esto, pero ¿qué voy a hacer?
Antonio, debemos tener siempre este año en la memoria porque hemos sufrido todo lo malo que hay en la vida, pero espero en Dios que algún día hemos de gozar, y te digo una cosa: si esta revolución se pierde, inmediatamente mándame a buscar, porque donde ustedes no pueden vivir, no puedo vivir yo.
Carlota, su hermana, en otra misiva le expresa:
Antonio, te encargo que tengas muchísimo juicio en todo; mira que una desgracia en ti es la desgracia de toda la familia. En fin, Dios es muy grande. Rosarito (la otra hermana de Antonio) no te escribe porque tiene un embarazo muy malo. Papá no ha podido hacer negocios en Santomás y fue para Puerto Rico.
Su padre y consejero estaba lejos; su madre y sus hermanas se encontraban solas en Caracas y sin recursos; su hermano aún era fugitivo; la familia se alojaba en una casa ajena; el patrimonio agotado por el difícil embarazo de su hermana; su futuro diplomático, que tenía planeado continuar en Francia estaba destruido… La presión que sentía Guzmán era enorme, porque el dinero que hacía apenas le alcanzaba para mantenerse él mismo, y encontrarse impotente ante la situación de sus parientes lo destrozaba. Pero la crisis espiritual terminó de reventar cuando supo que Luisita había contraído matrimonio con otro hombre. Y en ese momento Guzmán cambió, y con él el futuro de Venezuela.
Se olvidó de su carrera de abogacía, que no le había servido ni para su propia defensa y también dejó de lado las pretensiones literarias en las que había estado trabajando. Y ese hombre que antes creía en la necesidad de crear un sistema político basado en la libertad y la tolerancia, optó por el camino de la violencia y se unió a la guerra por el bando de los federales.
Es difícil entender cómo pudieron coincidir en una persona las características de un lector y un admirador de Lamartine y Homero con las de un eficiente hombre de acciones militares. Fue casi un acto de desesperación en un hombre que, sintiéndose acorralado y ante toda clase de desgracias, sale a matar o a que lo maten.
Guzmán Blanco, antes fiel partidario de la democracia, ahora aseguraba que:
Los pueblos son incapaces para la política metafísica de los hombres de gabinete porque para esta se necesita el raciocinio y las masas no tienen razón sino pasión. No piensan, sienten. Tampoco se las puede dirigir con ideas complicadas; hay que incrustarles pocas, muy sencillas, pero que puedan convertirse en preocupaciones. Idea que no se preste a venir a ser una preocupación, jamás será una idea popular.
Guzmán, el joven abogado que antes no conocía de Venezuela zonas distintas a las de Caracas y que ahora había recorrido casi todo el territorio nacional, fue el militar encargado de tomar Caracas con las fuerzas federales. Cercó con éxito la capital, hostigándola desde varios puntos simultáneamente.
José Antonio Páez se vio obligado a negociar y así el federalismo logró el triunfo con la firma del Tratado de Coche.
Pero antes tuvo que suceder una masacre. Doscientos mil venezolanos murieron en la guerra. De una población que no pasaba de millón ochocientos mil habitantes. Otros tantos quedaron total o parcialmente inutilizados para el trabajo. Muchas propiedades importantes, tanto urbanas como agrarias, fueron destruidas por incendios o robos. Las únicas fuentes de riqueza que entonces tenía el país, como lo eran la agricultura y la ganadería, quedaron casi paralizadas.
Al poco tiempo, Guzmán se convirtió el autócrata que por años dirigió a Venezuela.
Cadáver eterno es la historia de Gottfried Knoche, un médico prusiano que se instala en La Guaira a mediados del siglo XIX, justo cuando la epidemia del cólera causa estragos en la ciudad. Y mientras el mal atraviesa los cordones sanitarios y se abre paso por la nación, Gottfried, quien desde pequeño había mostrado interés por la muerte, pretende desarrollar un método sencillo y discreto para embalsamar cadáveres; una sustancia que le permitirá momificar sin necesidad de abrir los cuerpos y extraer sus entrañas.