Más de una vez hemos creído que esto se acaba. Y todo ha permanecido igual.
Tantas veces hemos pensado que la era chavista llega a su fin y tantas veces nos hemos llevado una triste decepción, que los venezolanos ya deberíamos ser expertos en el manejo de expectativas.
Pero el deseo es más fuerte que la razón.
En el evento electoral que tiene lugar hoy en Venezuela —porque para llamarlo elecciones los venezolanos deberían tener la potestad de elegir, no descartar— todas las condiciones están en contra. Nos metimos en un cuadrilátero sabiendo que íbamos a dar la pelea con ambas manos atadas a la espalda.
Y aún así confiamos en que el lunes un país distinto amanecerá.
Todo es incierto. Y por eso todo es posible.
Esta es la primera vez que la oposición, en 25 años de chavismo, llega a unos comicios como la clara vencedora, después de que Maduro dilapidara la alta popularidad que Chávez logró cosechar en vida.
Todos los sondeos —los que no están vinculados al Gobierno–, dan como vencedor a Edmundo González con una ventaja de 20 a 34 puntos. Un candidato que hasta hace semanas era un completo desconocido. Y ante su inminente victoria, hay dos escenarios que manejan los analistas: transición o fraude y conflicto.
Está por verse si el chavismo reconocerá su derrota o intentará imponer su verdad. Y en este último caso, está claro que al menos la mitad del país se lanzaría a las calles a protestar, según la última encuesta que presentó la UCAB.
Reprimirlos o no será una decisión que deberán tomar los militares, y maldigo el día en que nuestro presente y nuestro futuro político comenzó a depender de la voluntad y lealtad de la gente armada.
Si apoyan a Maduro, como tradicionalmente han hecho, se sumarán otros seis años al largo cuarto de siglo de gestión revolucionaria que hemos padecido, y provocará otra oleada migratoria como la que me expulsó a mí de mi hogar.
Pero permítanme ser iluso. Que pronto se vayan ellos.
«Tenía siete estrellas
y me quitaste ocho»
(Danny Ocean)