—Los aranceles de Trump podrían provocar una recesión —leí en voz alta para alertar a mis compañeros hace algunas semanas.
—¿Podrían provocar una qué?
—Una recesión —vocalicé más lento.
—Disculpa, ¿una qué?
—Una recesión.
—Aaaaaah, vale. ¡Una recesión! —entendieron finalmente, mostrándome entre risas cómo poner la lengua entre los dientes para articular la ce de modo que no sonara como la ese que, para ellos, yo estaba pronunciando.
—Ya tienes que aprender el acento madrileño, Andrés —me dijo uno sin ningún tipo de malicia. Como si ese fuera el paso lógico después de que uno se instala en un sitio.
—No me sale ni intentándolo.
Y es cierto. Jacky y yo nos la pasamos imitando acentos para reírnos (y a mí me da risa que, no importa cuál esté intentando imitar ella, ya sea el colombiano o el argentino, siempre termina sonando como un enano mexicano), pero el madrileño no nos sale.
—Si yo pude aprenderlo, tú también puedes —me dijo uno del sur de España.
—Pero primero tendría que tener la voluntad de cambiar mi acento —le respondí—. Lo tuve claro desde que llegué a este país y escuché a tantos venezolanos que habían erradicado su acento. Me pareció un complejo de inferioridad y tomé como bandera el resguardo del mío. Que es mi identidad.
En ese momento murió la conversación y rápidamente me arrepentí de haberme mostrado tan intransigente. Había disparado las flechas con algunos compatriotas en mente, pero había alcanzado a los locales que también han modificado su entonación.
Días más tarde estábamos hablando de las oportunidades que existen para los periodistas en la radio. Yo dije que quizás me encontraba en una posición de desventaja. Porque puede que no se note mi acento al escribir en el periódico, pero en un medio auditivo resulta imposible ocultarlo.
—¿Cómo audiencia a quién preferirían escuchar?, ¿al que habla como ustedes o al que habla distinto? —pregunté.
—Al que sabe de lo que está hablando —me respondieron.
Una respuesta irrebatible que refuerza mi creencia de que no hay necesidad de modificar el habla, pero que también me hizo darme cuenta de que, quizás, pecando de lo que tanto critico, había situado mi acento en un nivel inferior, creyendo que a alguien podría generarle rechazo.
Pueden ser muchas las razones por las que alguien, consciente o inconscientemente, haya alterado su manera de hablar. Cada contexto es distinto. Al menos tuve la suerte de llegar a un Madrid sobrepoblado de venezolanos. Tal vez, si no estuviésemos regados por el mundo y me hubiese tocado emigrar solo a un país en el que es mejor no pasar por extraño, hablaría distinto. Por suerte mis condiciones son otras y me puedo permitir la defensa de mi acento.
Hay quienes creen que nuestro lenguaje, el americano, es el que está mal hablado. Que los americanismos son errores y que el correcto es el que se habla en España. Pero el nuestro no es un español de segunda. Es uno que se nutrió de distintas raíces, pero que no deja de ser igual de rico.
Tu identidad se refleja en tu fonética y en el vocabulario que utilizas. Siéntete orgulloso y defiéndela sin complejos.
Si todavía no conoces a Çantamarta (un grupo venecoandaluz), escucha su última canción, el sur. Una pieza que habla de la melancolía y el arraigo.
Cuando llego al sur,
casi me estremezco
al pensar que fuimos
lo que no seremos.
Esto me recordó que hace unos días le repetí cuatro veces a mi jefa que faltaban "los zumos de tomate", y ella casi apenada por haber entendido primero los sumos, luego los hummus y hasta los humos. Y así podíamos seguir, porque yo ni que me esfuerce. También soy defensora acérrima de mi acento, y me gustó mucho este texto.
Cada variedad de español tiene sus particularidades y, en efecto, son parte de la identidad. Ocurre, incluso, internamente: ¿cómo es la realización de la /s/ en posición final e implosiva de nuestros gochos y cómo la de los que somos de otras zonas del país? Y te dirán muchísimos que ellos no la aspiran porque "no hablan mal". Entiendo que hay contextos (doblaje, locución, actuación) en los que exigen modificar la forma de hablar. Pero, fuera de ese ámbito, ¿por qué sentir complejo? Allá, por ejemplo, está el caso de los andaluces: ¿hablan mal? Pues no. Es un rasgo dialectal. La estandarización es mas factible en el ámbito académico, concretamente en la escritura. En la oralidad, muy difícil.
Un abrazo, Andrés.